Han comenzado a marcar las puertas de las casas con el símbolo de la letra del alfabeto árabe ن, que hace mención a la palabra "nazareno", Una forma de designar a los cristianos... |
Un buen amigo me
preguntaba hace poco por la paz: “¿qué es verdaderamente eso que llamamos
paz?”. Al principio le contesté lo primero que se me vino a la cabeza, sin
pensar mucho la respuesta: “aquello que buscan con más o menos claridad todas
las naciones, todas las familias, todas las personas”. Luego, tras reflexionar al respecto con calma, concluí que se trata de algo más complejo. Y, de alguna
manera, más sencillo también.
Parece claro que
existen dos tipos de paz: la exterior y la interior. La primera hace referencia
a la ausencia de guerras, a la supresión de conflictos, venganzas y odios. A la
armonía entre pueblos y comunidades, a la calma social. En cambio, la interior
resulta más difusa. O, si se quiere, más difícil de definir. Existen
incontables religiones, creencias y filosofías que apuestan sobre un modo
concreto para llegar a la paz. Unas la consideran el resultado del fin de los
sentimientos; otras, el fruto de liberar la mente de todo deseo; y existen
filosofías, a su vez, que la encuadran en el marco del placer o de la simple
serenidad. Los cristianos, por nuestra parte, terminamos por radicar la paz en
una Persona: Jesucristo.
Al menos
inicialmente, nos cuesta aceptar algo así. Que la solución a nuestras
ambiciones, frustraciones e inconformidades tengan un nombre propio, y además
el del mismísimo Hijo de Dios Padre, se nos puede antojar una idea demasiado
etérea, abstracta e incluso inalcanzable. Sobre todo si consideramos que todos
los días tenemos la oportunidad de tocar y albergar en nuestro cuerpo -gracias
al sacramento de la Eucaristía- a dicha Persona. ¿No es casi paradójico que
aquello que nuestro corazón ansía con tantas fuerzas se encuentre en cualquier
iglesia de cualquier país?
¿Equivale la paz
a la felicidad? No lo creo. Tal vez la paz sea una consecuencia de la
felicidad. Para los católicos, Cristo es la respuesta definitiva a nuestras
inquietudes más recónditas, y, cuando lo encontramos, Él nos otorga la dicha
máxima y la paz verdadera. Encontrarnos con Jesucristo nos trae,
irremediablemente, la paz.
Decía sobre
estas líneas que la paz, pese a ser una meta que cuesta obtener, es al mismo
tiempo algo sencillo: no puede consistir en la suma de muchas consideraciones,
como si se tratara de una enorme y críptica ecuación matemática. Alcanzar la
paz equivale a alcanzar un estado de tremendo equilibrio y simplicidad, en mi
opinión.
No hay paz sin
perdón, así de simple. Desde el pecado original, los seres humanos estamos
marcados por las imperfecciones, por los errores, por el mal. Si queremos la
paz, hemos de estar dispuestos a dejar que Dios lave nuestras miserias, y a
perdonar aquellas que advertimos en el prójimo. Ese prójimo que es, de hecho,
Cristo mismo.
Juan Pablo II
dejó escritas muchas reflexiones sobre la paz. Aquí una de ellas, que sirve
perfectamente a modo de resumen de lo expuesto anteriormente: “En este tiempo
amenazado por la violencia, por el odio y por la guerra, testimoniad que Él y
sólo Él puede dar la verdadera paz al corazón del hombre, a las familias y a
los pueblos de la tierra. Esforzaos por buscar y promover la paz, la justicia y
la fraternidad. Y no olvidéis la palabra del Evangelio: Bienaventurados los que
trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios (Mt 5,9)”.
De la entrevista hecha al Santo Padre Francisco
Publicado en la Revista Allah Mahabba Año XV. N° 45. Marzo/2015.Edición impresa.
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