viernes, 8 de agosto de 2014

Un caminar que no violenta, que no apura, que no se detiene y que va recorriendo la Palabra!

El próximo 21 de agosto, celebraremos el día del catequista.
Hermosa tarea evangélica, a la cual se sienten llamados varios hermanos de nuestra comunidad.
Preciosa propuesta conjugan en su tarea, y ésta es la de:   Mirar la vida con ojos de creyentes y mirando: enseñando, transmitiendo…. Un mensaje de amor y unión con Aquel Que Es!
Los catequizandos y catecúmenos llegan desde distintos caminos… Con historias de vida y con experiencias de fe diversas.
Los catequistas, muchas veces preocupados por unos contenidos a transmitir, obviamos ingenuamente una mirada profunda de lo que ellos han vivido y en lo que creen realmente.


Este breve y antiguo relato pueda ayudarnos, en ese sentido:

Una vez un explorador fue enviado por los suyos a un perdido lugar en la selva amazónica. Su misión consistía en hacer un detallado relevamiento de la zona. Como el explorador era experto en su oficio, hizo su tarea con pericia y extremo cuidado. Ningún rincón quedó sin haber sido explorado.

Averiguó cuáles eran los vegetales y los animales del lugar, las características de cada época del año, los secretos del gran río que atraviesa toda la región, las lluvias, los vientos, las posibilidades para la vida del hombre en aquel remoto lugar…

Cuando, por fin, creyó saberlo todo, decidió regresar dispuesto a transmitir a los que lo habían enviado el cúmulo de conocimientos adquiridos.

Los suyos lo recibieron con expectativa… Querían saberlo todo acerca del Amazonas. Pero el avezado explorador se dio cuenta, en ese momento, de la imposibilidad de responder al deseo de su pueblo. ¿Cómo podría él transmitirles la belleza incomparable del lugar, o la armonía profunda de los sonidos nocturnos que solían elevar su corazón? ¿Cómo podría compartir con ellos la sensación de profunda soledad que lo embargaba por las noches, el temor que lo paralizaba ante las fieras salvajes del lugar o la inusitada sensación de libertad que lo embargaba cuando conducía la canoa a través de las inciertas aguas del río?

Entonces, después de pensarlo, el explorador tomó una decisión y les dijo: “_ Vayan y conozcan ustedes mismos el lugar. Nada puede sustituir el riesgo y la experiencia personales”. Pero tuvo miedo… Si algo les pasaba… Si no sabían llegar… Entonces hizo un mapa para guiarlos. Todos hicieron copias, las repartieron y se fueron al Amazonas provistos del conocimiento encerrado en el mapa recibido.

Todos los que tenían una copia se consideraron expertos. ¿Acaso no conocían, a través del mapa, cada recodo del camino, los lugares peligrosos, la anchura y la profundidad del río, los rápidos y las cascadas?

Sin embargo, el explorador lamentó durante toda su vida haberles dado el mapa… Hubiera sido mejor no dárselos.

Esta narración tiene, tal vez, mucho que decir a nuestro ministerio catequístico. No se trata de ayudar a los catequizandos a explorar la selva, introduciéndolos en los vericuetos de una detallada información doctrinal, sino de ayudarlos, fundamentalmente, a encontrar al Dios de Jesucristo.

Si bien es cierto que la catequesis incluye tareas de instrucción, iniciación y educación, también es verdad que ella es un ministerio al servicio de la fe. Se trata, sobre todo, de favorecer que nuestros interlocutores vivan su propia experiencia de fe, siempre única, personal e intransferible.

Cuando los interlocutores de la Catequesis comienzan a vivir su fe así, como auténticos exploradores, con cierto riesgo y embarcándose en una especie de “aventura personal”, podemos decir que este “nuevo nacimiento” los afecta por entero y los abre a una realidad nueva, a una manera nueva de realizar la existencia.

Tal vez ellos, en sus caminos anteriores, ya han recibido muchos mapas y están, por eso, convencidos de ser verdaderos expertos en las cuestiones de la fe… Pero no aciertan a mirar la vida con ojos de creyentes. Tal vez esos mapas los han decepcionado, no los han llevado al encuentro con Jesús y los han mantenido en cuestiones externas que critican duramente o que aceptan, con resignación o sin reflexión.

Tal vez nosotros mismos, sus catequistas, les ofrecemos ciertos mapas prefabricados, que nos sirvieron a nosotros; pero que no les sirven a ellos. Les indican caminos que nosotros mismos hemos recorrido, con más o menos acierto, pero no los dejan explorar y aventurarse para encontrarse, por fin, con el Señor.

Tampoco se trata de improvisar o de dejarlos solos. Quizás va siendo hora, de desentrañar el significado y la hondura de una pedagogía que Jesús conocía muy bien: el acompañamiento. Ese caminar junto al que busca, permitiéndole que siga buscando… Ese caminar, al principio casi imperceptible y después tan encarnado en la vida del catequizando.

Un caminar que no violenta, que no apura, que no se detiene y que, recorriendo la Palabra, va dejando llegar… Cada uno lo hace a su tiempo, con respeto a los tiempos del otro, y según sus posibilidades. Pero, por fin, arde el corazón y se produce el encuentro que se celebra con el Pan compartido. La pedagogía del acompañamiento no traza mapas, sino que recorre y acompaña los caminos personales y comunitarios de búsqueda.

Ref. Bibliográfica:

Pbro. José Luis Quijano. Fuente: Catholic.net

viernes, 1 de agosto de 2014

Dios es el Alimento que el hombre busca…

OCTAVO DOMINGO DE PENTECOSTES - 3 Agosto 2014

Troparion de la Resurrección 
Destruiste la muerte con tu Cruz y abriste al ladrón el Paraíso; a las Miróforas los lamentos trocaste, y a tus Apóstoles ordenaste predicar que resucitaste, oh Cristo Dios, otorgando al mundo la gran misericordia.

Kondakion
Te transfiguraste, oh Cristo Dios, en la montaña; y Tus discípulos contempla­ron Tu Gloria, según ellos pudieron so­portar. Para que cuando Te vieran cruci­ficado, recordaran que Tu Pasión ha sido voluntaria y proclama­ran al mundo, que Tu eres verdadera­mente el Resplandor del Padre.

Hermanos, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, yo los exhorto a que se pongan de acuerdo: que no haya divisiones entre ustedes y vivan en perfecta armonía, teniendo la misma manera de pensar y de sentir. Porque los de la familia de Cloe me han contado que hay discordias entre ustedes. Me refiero a que cada uno afirma: "Yo soy de Pablo, yo de Apolo, yo de Cefas, yo de Cristo". ¿Acaso Cristo está dividido? ¿O es que Pablo fue crucificado por ustedes? ¿O será que ustedes fueron bautizados en el nombre de Pablo? Felizmente yo no he bautizado a ninguno de ustedes, excepto a Crispo y a Gayo. Así nadie puede decir que ha sido bautizado en mi nombre. Sí, también he bautizado a la familia de Estéfanas, pero no recuerdo haber bautizado a nadie más. Porque Cristo no me envió a bautizar, sino a anunciar la Buena Noticia, y esto sin recurrir a la elocuencia humana, para que la cruz de Cristo no pierda su eficacia.

En aquel tiempo, Jesús vio una gran muchedumbre y, compadeciéndose de ella, curó a los enfermos. Al atardecer, los discípulos se acercaron y le dijeron: "Este es un lugar desierto y ya se hace tarde; despide a la multitud para que vaya a las ciudades a comprarse alimentos". Pero Jesús les dijo: "No es necesario que se vayan, denles de comer ustedes mismos". Ellos respondieron: "Aquí no tenemos más que cinco panes y dos pescados". "Tráiganmelos aquí", les dijo. Y después de ordenar a la multitud que se sentara sobre el pasto, tomó los cinco panes y los dos pescados, y levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición, partió los panes, los dio a sus discípulos, y ellos los distribuyeron entre la multitud. Todos comieron hasta saciarse y con los pedazos que sobraron se llenaron doce canastas. Los que comieron fueron unos cinco mil hombres, sin contar las mujeres y los niños. En seguida, obligó a los discípulos que subieran a la barca y pasaran antes que él a la otra orilla, mientras él despedía a la multitud.

En aquel tiempo, María se había quedado afuera, llorando junto al sepulcro. Mientras lloraba, se asomó al sepulcro y vio a dos ángeles vestidos de blanco, sentados uno a la cabecera y otro a los pies del lugar donde había sido puesto el cuerpo de Jesús. Ellos le dijeron: "Mujer, ¿por qué lloras?". María respondió: "Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto". Al decir esto se dio vuelta y vio a Jesús, que estaba allí, pero no lo reconoció. Jesús le preguntó: "Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?". Ella, pensando que era el cuidador de la huerta, le respondió: "Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo iré a buscarlo". Jesús le dijo: "¡María!". Ella lo reconoció y le dijo en hebreo: "¡Raboní!", es decir "¡Maestro!. Jesús le dijo: "No me retengas, porque todavía no he subido al Padre. Ve a decir a mis hermanos: 'Subo a mi Padre, el Padre de ustedes; a mi Dios, el Dios de ustedes'. María Magdalena fue a anunciar a los discípulos que había visto al Señor y que él le había dicho esas palabras.

Reflexión
Nos posamos en la mirada tierna de Jesús, aquella mirada que "vió, se compadeció y sanó". Mirada que nos custodia, que nos envuelve y sana en el peregrinar de nuestras vidas.
Y encontramos que se hacía tarde, estaban en una zona desértica y la gente tenía hambre. Pero los discípulos tenían sólo cinco panes y dos pescados y así se lo hicieron saber a Jesús. Jesús lo sabía, pero Él siendo el Amor, sabe que el Amor no tiene límites, que no tiene imposibles, porque el mismo Amor es milagro.
Aquí nace la gran misión para los apóstoles, misión que hoy resuena con la misma firmeza que aquella vez: "Denles ustedes de comer". La humanidad sigue teniendo hambre como aquella multitud, sigue teniendo hambre y sed de Dios. Así la mirada de Jesús se posa en nosotros invitándonos a ésta desafiante misión de darles de comer a los que tienen hambre de escucha, de paz, de perdón, de pan, de dignidad, de esperanza, de Amor... Dios es el alimento que el hombre busca.
No nos detengamos ni preocupemos por lo poco que aparentemente tenemos. Porque aquí el alimento que podemos dar son nuestros talentos, brazos, oídos, tiempo, y todo ello se nos fue dado por Dios y como todo lo que viene de Dios siempre es grande.
Así juntos elevamos nuestras manos con nuestras vidas, con nuestros cinco panes y dos pescados, para que Jesucristo haga Su Obra y sacie el hambre que nuestro alrededor tiene. Cómo decía San Ignacio de Loyola, a quién recordamos recientemente: "para en todo amar y servir a Jesucristo"
María Santísima nos ayude a levantar nuestras manos para darlo y también para recibirlo porque nunca dejamos de tener ansias de Dios sabiendo que en ésas doce tinajas que sobraron, ahí está nuestro alimento de Cielo que es la Eucaristía que nos transfigura en Cristo.

¡Bendecida  semana en el Señor!