miércoles, 29 de marzo de 2023

¿Cómo vivían los Primeros Cristianos la Cuaresma?

La celebración de la Pascua del Señor, constituye, sin duda, la fiesta primordial del año litúrgico. De aquí que, cuando en el siglo II, la Iglesia comenzó a celebrar anualmente el misterio pascual de Cristo, advirtió la necesidad de una preparación adecuada, por medio de la oración y del ayuno, según el modo prescrito por el Señor. Surgió así la piadosa costumbre del ayuno infrapascual del viernes y sábado santos, como preparación al Domingo de Resurrección.

Los primeros pasos

Paso a paso, mediante un proceso de sedimentación, este período de preparación pascual fue consolidándose hasta llegar a constituir la realidad litúrgica que hoy conocemos como Tiempo de Cuaresma. Influyeron también, sin duda, las exigencias del catecumenado y la disciplina penitencial para la reconciliación de los penitentes.
La primitiva celebración de la Pascua del Señor conoció la praxis de un ayuno preparatorio el viernes y sábado previos a dicha conmemoración.
A esta práctica podría aludir la Traditio Apostolicadocumento de comienzos del siglo III, cuando exige que los candidatos al bautismo ayunen el viernes y transcurran la noche del sábado en vela. Por otra parte, en el siglo III, la Iglesia de Alejandría, de hondas y mutuas relaciones con la sede romana, vivía una semana de ayuno previo a las fiestas pascuales.

En el siglo IV se consolida la estructura cuaresmal de cuarenta días

De todos modos, como en otros ámbitos de la vida de la Iglesia, habrá que esperar hasta el siglo IVpara encontrar los primeros atisbos de una estructura orgánica de este tiempo litúrgico. Sin embargo, mientras en esta época aparece ya consolidada en casi todas las Iglesias la institución de la cuaresma de cuarenta días, el período de preparación pascual se circunscribía en  Roma a tres semanas de ayuno diario, excepto sábados y domingos. Este ayuno prepascual de tres semanas se mantuvo poco tiempo en vigor, pues a finales del siglo IV, la Urbe conocía ya la estructura cuaresmal de cuarenta días.
El período cuaresmal de seis semanas de duración nació probablemente vinculado a la práctica penitencial: los penitentes comenzaban su preparación más intensa el sexto domingo antes de Pascua y vivían un ayuno prolongado hasta el día de la reconciliación, que acaecía durante la asamblea eucarística del Jueves Santo. Como este período de penitencia duraba cuarenta días, recibió el nombre de Quadragesima o cuaresma.
Durante el primer estadio de organización cuaresmal se celebraban tan sólo las reuniones eucarísticas dominicales, si bien entre semana existían asambleas no eucarísticas: los miércoles y viernes.
Pero a finales del siglo VI las reuniones del lunes, miércoles y viernes celebraban ya la eucaristía. Más tarde, se añadieron nuevas asambleas eucarísticas los martes y sábados. Por último, el proceso se cerró bajo el pontificado de Gregorio II (715-731), con la asignación de un formulario eucarístico para los jueves de cuaresma.

¿Por qué la ceniza?

Hacia finales del siglo V, el miércoles y viernes previos al primer domingo de cuaresma comenzaron a celebrarse cómo si formaran parte del período penitencial, probablemente como medio de compensar los domingos y días en los que se rompía el ayuno.
Dicho miércoles, los penitentes por la imposición de la ceniza, ingresaban en el orden que regulaba la penitencia canónica. Cuando la institución penitencial desapareció, el rito se extendió a toda la comunidad cristiana: este es el origen del Miércoles de Ceniza o «Feria IV anerum».
El proceso de alargamiento del período penitencial continuó de forma irremediable. Esta anticipación del ayuno cuaresmal no es una práctica exclusivamente romana: se encuentra también en Oriente, y en diversas regiones de Occidente.
Probablemente se trata de una praxis originada en la ascesis monástica y más tarde propagada entre la comunidad cristiana, aunque resulte difícil conocer sus características.

¿Por qué los cuarenta días?

El significado teológico de la Cuaresma es muy rico. Su estructura de cuarentena conlleva un enfoque doctrinal peculiar.
En efecto, cuando el ayuno se limitaba a dos días —o una semana a lo sumo—, esta praxis litúrgica podía justificarse simplemente por la tristeza de la Iglesia ante la ausencia del Esposo, o por el cli­ma de ansiosa espera; mientras que el ayuno cuares­mal supone desde el principio unas connotaciones propias, impuestas por el significado simbólico del número cuarenta.
En primer lugar, no debe pasarse por alto que toda la tradición occidental inicia la Cuaresma con la lectura del evangelio de las tentaciones de Jesús en el desierto: el período cuaresmal constituye, pues, una experiencia de desierto, que al igual que en el caso del Señor, se prolonga durante cuarenta días.
En la Cuaresma, la Iglesia vive un combate espiritual intenso, como tiempo de ayuno y de prueba. Así lo manifiestan también los cuarenta años de peregrinación del pueblo de Israel por el Sinaí.
Otros simbolismos enriquecen el número cuarenta, como se advierte en el Antiguo y Nuevo Testamento. Así, la cuarentena evoca la idea de preparación: cuarenta días de Moisés y Elíasprevios al encuentro de Yahvehcuarenta días empleados por Jonás para alcanzar la penitencia y el perdóncuarenta días de ayuno de Jesús antes del comienzo de su ministerio público. La Cuaresma es un período de preparación para la celebración de las solemnidades pascuales: iniciación cristiana y reconciliación de los penitentes.
Por último, la tradición cristiana ha interpretado también el número cuarenta como expresión del tiempo de la vida presente, anticipo del mundo futuro. El Concilio Vaticano II(cfr. SC 109) ha señalado que la Cuaresma posee una doble dimensión, bautismal y penitencial, y ha subrayado su carácter de tiempo de preparación para la Pascua en un clima de atenta escucha a la Palabra de Dios y oración incesante.
El período cuaresmal concluye la mañana del Jueves Santo con la Misa crismal —Missa Chrismalis— que el obispo concelebra con sus presbíteros. Esta Misa manifiesta la comunión del obispo y sus presbíteros en el único e idéntico sacerdocio y ministerio de Cristo. Durante la celebración se bendicen, además, los santos óleos y se consagra el crisma.
El tiempo de Cuaresma se extiende desde el miércoles de Ceniza hasta la Misa de la cena del Señor exclusive. El miércoles de Ceniza es día de ayuno y abstinencia; los viernes de Cuaresma se observa la abstinencia de carne. El Viernes Santo también se viven el ayuno y la abstinencia.                                                                                                                                                     
                                                                 
 Monseñor Ibrahim Salaméh Karam M.S.P. 


miércoles, 22 de marzo de 2023

El Icono De La Samaritana: Jesucristo en el camino de nuestra “cuaresma”

De todos es de sobra conocido el texto evangélico de la Samaritana (Jn 4). Un texto sumamente sugerente y confeccionado con gran inteligencia por el evangelista San Juan. Sabemos que se trata de un diálogo ejemplarmente pedagógico, a través del cual Jesús pretende guiar a la samaritana al reconocimiento de su verdad y de la grandeza del Dios que se le está regalando y que ella aún es incapaz de ver. 


El Icono de la Samaritana reproduce muy bien la pedagogía que Jesús lleva con cada uno de nosotros si nos acercamos al pozo.

El lugar donde Jesús “espera” está marcado por esos dos elementos que reúnen en un mismo símbolo (el pozo) las dos esferas complementarias de la vida del hombre: el agua que sacia la sed del cuerpo, y la salvación o elección divina, que sacia la sed del alma. El lugar ya es una instigación contra el dualismo.

Jesús se planta en ese punto o eje cardinal del camino. Su intención no es solo la de descansar, sino la de poder ofrecer el agua verdadera que puede saciar la sed en el camino de la vida.
Sería muy importante que cada uno identificase cuál es ese “pozo” donde se dirige para sacar el agua que –al menos momentáneamente- pueda saciar su sed.

La Persona escogida, también lleva una carga simbólica profunda: una mujer samaritana (en cuanto samaritana “excluida” del pueblo Elegido – y en cuanto mujer despreciada por la sociedad – y desconocedora de su propia dignidad y sed). El reto de Jesús aquí será triple y, por lo tanto, más complicado: rescatar a la persona en esa triple dimensión relacional que la constituye en relación con los otros, consigo misma y con Dios. Y todo el diálogo parece seguir esa pauta: la llevará a ir superando esa triple barrera que dificulta el encuentro y la apertura a la verdad.

Cualquiera puede llegar a identificarse con esta mujer. Hay muchos elementos que, en el fondo, nos tocan a todos: sentirnos excluidos por algo, no aceptar nuestra historia, nuestra búsqueda continua de satisfacciones, nuestro permanecer encerrados en conceptos sobre Dios, o en tradiciones, normas, costumbres….nuestra búsqueda de seguridades, miedos, etc….


miércoles, 15 de marzo de 2023

La importancia del corazón: “misericordia quiero y no sacrificios”

El sacerdote y el levita: El predomino de formalismo a la misericordia

El hombre asaltado y golpeado es un judío, y mientras que quien ofrece ayuda gratuita es un samaritano. Entre estos dos grupos existía una intensa hostilidad racial. El autor del libro de Eclesiástico, judío Ben Sirá, el hombre culto y de mucha experiencia, y conocedor, por sus viajes, de diversos pueblos y culturas describe a los samaritanos como “el pueblo necio” a quien “su alma detesta” (Eclo 50, 25-26). Se sabe incluso que a los judíos les estaba prohibido p.ej. decir amén al final de la oración presentada por un samaritano.


Había también opiniones contrarias entre los judíos; algunos pensaban que los samaritanos debían ser tratados como israelitas. En ambos casos, durante la vida de Jesús, los samaritanos eran considerados “extraños”.

Hay también otra explicación y en consecuencia otra lección para nosotros, que va todavía más allá. Es muy probable que ambos: sacerdote y levita, fueran rumbo a Jerusalén a oficiar en el Templo, por su parte la ley establecía que quien tocara un cadáver ensangrentado quedaría impuro hasta la noche y obviamente alguien impuro no podía participar de los rituales religiosos.


La imagen de la balanza (entre) el espíritu y la letra es uno de los pilares de la enseñanza de Jesús y también del Antiguo Testamento: “misericordia quiero y no sacrificios (Os: 6,6).

Es por eso que el simbolismo del sacerdote y el levita no es solamente de impiedad ni de crueldad, a lo mejor ni mucho menos. Sino de anteponer formalismos rituales a la misericordia y el perdón.

Más importante que los pensamientos sabios y las argumentaciones elaboradas por la mente es la sacudida de las entrañas. La razón es la del corazón. El intelectual se salva solamente cuando arriesga su corazón. Si no tiene miedo de amar. Cuando baja de la cátedra y se mancha las manos. Cuando siente todavía un estremecimiento del corazón. 

Porque el conocimiento de Dios pasa necesariamente por conocimiento del hombre. Dicho en otras palabras: lo que Dios nos pide –según Jesús- no es que seamos “religiosos”, sino que seamos “humanos”, viviendo la compasión hacia los otros.

En el icono del buen samaritano se nos presenta a Jesús-Amor. Amor que en el fondo, pasando por medio de los personajes principales y hasta en lo que se pueda intuir en lo más allá de una imagen, siempre está presente. Es un Amor que invita, empuja a actuar.

Es un Amor que estremece el corazón. Que es más fuerte que puros razonamientos y no se dobla delante de las exigencias de la ley.

Y por fin es un amor que pasa más allá de nuestra realidad.

Jesucristo reflejado en la totalidad del Amor en ese icono, se vuelve para nosotros la meta, y
 la plenitud del nuestro camino.

miércoles, 1 de marzo de 2023

“Jesucristo, Camino, Luz y Meta del Proceso Cuaresmal”

Normalmente al hablar de la Cuaresma nos referimos a un tiempo con un carácter fuertemente penitencial, que se inspira en esos 40 días pasados por Jesús en el desierto antes de comenzar su vida pública. 

Pero, en realidad, son los casi 3 años de actividad pública lo que verdaderamente le sirve a Cristo de preparación para vivir su misterio pascual.

Este tiempo de Cuaresma debería ser una oportunidad, como la que Dios nos ofrece cada día, para reencontrarnos con ese Cristo: en el camino de nuestra vida, en los momentos en que nos asalta la sed, cuando ya no tenemos luz y nuestros ojos están cerrados…


Somos invitados todos a acercarnos al pozo de nuestra sed insaciable para encontrarle a él: somos invitados a reconocer nuestra ceguera y gritarle a su paso por el camino para que él nos abra los ojos; somos invitados a seguirle y a vivir como él, imitando el ejemplo del “buen samaritano”.

Siempre –los humanos- terminamos queriéndolo controlar todo, hasta el seguimiento de Cristo y la búsqueda de Dios. Pero ha llegado el tiempo en que los verdaderos adoradores del Padre lo serán en espíritu y verdad. 

Es el anuncio liberador de Cristo a todos nosotros. Sigue siendo Él el único capaz de abrirnos los ojos, de ser nuestra luz, de ser quién nos impulse a ayudar a nuestro prójimo.