domingo, 30 de mayo de 2021

Salvador Crer: Un Hombre de Fe

Salvador Crer - 18/07/1927- 28/05/2021

Hombre de fe, es lo primero que quiero decir.
Conjugaron en él la fe y la arabidad siria.
La fe: heredada, apropiada, vivida minuto a minuto en su larga vida.

Un servidor incansable a la Iglesia de Cristo, y venerador de San Jorge. Una actividad cristiana al servicio de nuestra iglesia hasta que su cuerpo se lo impidió.
Transitó la  vida en la fe. Creencia que trascendió el plano espiritual.
Construyó una familia, honró su matrimonio junto a Sofía, su compañera de siempre. Y su herencia más preciada: hijos, nietos, nietas, bisnieta.
Para nuestra colectividad, partió el primer socio fundador, el socio número uno del Club Social Argentino Sirio, creado en la parroquia San Jorge, acontecimiento que protagonizó  con orgullo y nostalgia, entre otros tantos bellos recuerdos: la orquesta de la Parroquia, la participación en los carnavales, las veladas árabes, las pascuas de resurrección, la festividad de San Jorge…
¡Cuánto para decir de nuestro querido Salvador!.
Honesto, atento, amistoso, con una lealtad y sencillez que emociona.
Salva, no te fuiste.
Como dice mi padre, dejaste “tu aroma”. Como tantos otros grandes hombres y mujeres, pioneros/as de nuestra comunidad que partieron.
En el incienso de cada domingo estará tu olor. En el altar, en cada vela encendida estará tu luz. En cada rincón del templo permanecerá tu palabra suave, delicada, tu sonrisa genuina. Porque tu andar y hacer era en oración.
Amigo leal, la santidad en tu ser.
Tu memoria será eterna. Estás en nuestro corazón.

Georgina Habelrih
Rosario, 30 de mayo del 2021

sábado, 15 de mayo de 2021

Domingo de los Santos Padres del Primer Concilio Ecuménico



Kontakión de la Ascensión 
Habiendo cumplido la disposición para con nosotros y reunido los terrenales con los celestiales; ascendiste en gloria, ¡Cristo Dios nuestro!, sin alejarte, más bien firme y sin separación, ex­clamaste a Tus amados: “Estoy con vosotros y nadie prevalecerá contra vosotros”.

Hechos de los Apóstoles 17:19-28
Santo Evangelio según San Juan 12:19-36

Un concilio ecuménico es una asamblea celebrada por la Iglesia católica con carácter general a la que son convocados todos los obispos para reconocer la verdad en materia de doctrina o de práctica y proclamarla. El término concilio proviene del latín concilium, que significa "asamblea". Ecuménico, proviene del latín oecumenicum, traducción a su vez del griego οἰκουμένoν, que significa (mundo) habitado.
La reunión celebrada en Jerusalén, hacia el año 50, es, en opinión de la Iglesia católica, el concilio más antiguo. Según la misma opinión fue convocado por San Pedro, y en él se eximió a los paganos convertidos al cristianismo de las observancias judaicas.1 Los siguientes se numeran del I al XXI, y se dividen en dos grupos: griegos y latinos, según hayan tenido lugar en Oriente u Occidente. Los concilios griegos fueron convocados por los emperadores de la época que, generalmente, los presidieron. Los concilios latinos fueron convocados por los papas.
Los concilios de la Iglesia Católica Romana, deben ser convocados por el Papa y presididos por él o por un delegado suyo, y en ellos habrá de estar representada una mayoría de los obispos de las provincias eclesiásticas. Para la validez de sus acuerdos es preciso, como condición sine qua non, la sanción del Sumo Pontífice Romano.[1]

lunes, 10 de mayo de 2021

La Paz. Equivale la paz a la felicidad?

Han comenzado a marcar las puertas de las casas
con el símbolo de la letra del
alfabeto árabe ن, 
que hace mención
 a la palabra "nazareno"
,
Una forma de designar a los cristianos...
Un buen amigo me preguntaba hace poco por la paz: “¿qué es verdaderamente eso que llamamos paz?”. Al principio le contesté lo primero que se me  vino   a la  cabeza,   sin pensar  mucho  la respuesta: “aquello que buscan con más o menos claridad   todas las naciones, todas  las  familias, todas las personas”. Luego, tras  reflexionar  al respecto con calma, concluí que se trata de algo más complejo. Y, de alguna manera, más sencillo también.

Parece claro que existen dos tipos de paz: la exterior y la interior. La primera hace referencia a la ausencia de guerras, a la supresión de conflictos, venganzas y odios. A la armonía entre pueblos y comunidades, a la calma social. En cambio, la interior resulta más difusa. O, si se quiere, más difícil de definir. Existen incontables religiones, creencias y filosofías que apuestan sobre un modo concreto para llegar a la paz. Unas la consideran el resultado del fin de los sentimientos; otras, el fruto de liberar la mente de todo deseo; y existen filosofías, a su vez, que la encuadran en el marco del placer o de la simple serenidad. Los cristianos, por nuestra parte, terminamos por radicar la paz en una Persona: Jesucristo.

Al menos inicialmente, nos cuesta aceptar algo así. Que la solución a nuestras ambiciones, frustraciones e inconformidades tengan un nombre propio, y además el del mismísimo Hijo de Dios Padre, se nos puede antojar una idea demasiado etérea, abstracta e incluso inalcanzable. Sobre todo si consideramos que todos los días tenemos la oportunidad de tocar y albergar en nuestro cuerpo -gracias al sacramento de la Eucaristía- a dicha Persona. ¿No es casi paradójico que aquello que nuestro corazón ansía con tantas fuerzas se encuentre en cualquier iglesia de cualquier país?



¿Equivale la paz a la felicidad? No lo creo. Tal vez la paz sea una consecuencia de la felicidad. Para los católicos, Cristo es la respuesta definitiva a nuestras inquietudes más recónditas, y, cuando lo encontramos, Él nos otorga la dicha máxima y la paz verdadera. Encontrarnos con Jesucristo nos trae, irremediablemente, la paz.

Decía sobre estas líneas que la paz, pese a ser una meta que cuesta obtener, es al mismo tiempo algo sencillo: no puede consistir en la suma de muchas consideraciones, como si se tratara de una enorme y críptica ecuación matemática. Alcanzar la paz equivale a alcanzar un estado de tremendo equilibrio y simplicidad, en mi opinión.

No hay paz sin perdón, así de simple. Desde el pecado original, los seres humanos estamos marcados por las imperfecciones, por los errores, por el mal. Si queremos la paz, hemos de estar dispuestos a dejar que Dios lave nuestras miserias, y a perdonar aquellas que advertimos en el prójimo. Ese prójimo que es, de hecho, Cristo mismo.


Juan Pablo II dejó escritas muchas reflexiones sobre la paz. Aquí una de ellas, que sirve perfectamente a modo de resumen de lo expuesto anteriormente: “En este tiempo amenazado por la violencia, por el odio y por la guerra, testimoniad que Él y sólo Él puede dar la verdadera paz al corazón del hombre, a las familias y a los pueblos de la tierra. Esforzaos por buscar y promover la paz, la justicia y la fraternidad. Y no olvidéis la palabra del Evangelio: Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios (Mt 5,9)”.

De la entrevista hecha al Santo Padre Francisco


 Publicado en la Revista Allah Mahabba Año XV. N° 45. Marzo/2015.Edición impresa.