El próximo 21 de
agosto, celebraremos el día del catequista.
Hermosa tarea
evangélica, a la cual se sienten llamados varios hermanos de nuestra comunidad.
Preciosa
propuesta conjugan en su tarea, y ésta es la de: Mirar la vida con ojos de creyentes y
mirando: enseñando, transmitiendo…. Un mensaje de amor y unión con Aquel Que
Es!
Los catequizandos y catecúmenos llegan desde distintos caminos… Con historias de vida y con experiencias de fe diversas.
Los catequizandos y catecúmenos llegan desde distintos caminos… Con historias de vida y con experiencias de fe diversas.
Los catequistas,
muchas veces preocupados por unos contenidos a transmitir, obviamos ingenuamente
una mirada profunda de lo que ellos han vivido y en lo que creen realmente.
Este breve y antiguo relato pueda ayudarnos, en ese sentido:
Una vez un explorador fue enviado por los suyos a un perdido lugar en la selva amazónica. Su misión consistía en hacer un detallado relevamiento de la zona. Como el explorador era experto en su oficio, hizo su tarea con pericia y extremo cuidado. Ningún rincón quedó sin haber sido explorado.
Averiguó cuáles eran los vegetales y los animales del lugar, las características de cada época del año, los secretos del gran río que atraviesa toda la región, las lluvias, los vientos, las posibilidades para la vida del hombre en aquel remoto lugar…
Cuando, por fin, creyó saberlo todo, decidió regresar dispuesto a transmitir a los que lo habían enviado el cúmulo de conocimientos adquiridos.
Los suyos lo recibieron con expectativa… Querían saberlo todo acerca del Amazonas. Pero el avezado explorador se dio cuenta, en ese momento, de la imposibilidad de responder al deseo de su pueblo. ¿Cómo podría él transmitirles la belleza incomparable del lugar, o la armonía profunda de los sonidos nocturnos que solían elevar su corazón? ¿Cómo podría compartir con ellos la sensación de profunda soledad que lo embargaba por las noches, el temor que lo paralizaba ante las fieras salvajes del lugar o la inusitada sensación de libertad que lo embargaba cuando conducía la canoa a través de las inciertas aguas del río?
Entonces, después de pensarlo, el explorador tomó una decisión y les dijo: “_ Vayan y conozcan ustedes mismos el lugar. Nada puede sustituir el riesgo y la experiencia personales”. Pero tuvo miedo… Si algo les pasaba… Si no sabían llegar… Entonces hizo un mapa para guiarlos. Todos hicieron copias, las repartieron y se fueron al Amazonas provistos del conocimiento encerrado en el mapa recibido.
Todos los que tenían una copia se consideraron expertos. ¿Acaso no conocían, a través del mapa, cada recodo del camino, los lugares peligrosos, la anchura y la profundidad del río, los rápidos y las cascadas?
Sin embargo, el explorador lamentó durante toda su vida haberles dado el mapa… Hubiera sido mejor no dárselos.
Esta narración tiene, tal vez, mucho que decir a nuestro ministerio catequístico. No se trata de ayudar a los catequizandos a explorar la selva, introduciéndolos en los vericuetos de una detallada información doctrinal, sino de ayudarlos, fundamentalmente, a encontrar al Dios de Jesucristo.
Si bien es cierto que la catequesis incluye tareas de instrucción, iniciación y educación, también es verdad que ella es un ministerio al servicio de la fe. Se trata, sobre todo, de favorecer que nuestros interlocutores vivan su propia experiencia de fe, siempre única, personal e intransferible.
Cuando los interlocutores de la Catequesis comienzan a vivir su fe así, como auténticos exploradores, con cierto riesgo y embarcándose en una especie de “aventura personal”, podemos decir que este “nuevo nacimiento” los afecta por entero y los abre a una realidad nueva, a una manera nueva de realizar la existencia.
Tal vez ellos, en sus caminos anteriores, ya han recibido muchos mapas y están, por eso, convencidos de ser verdaderos expertos en las cuestiones de la fe… Pero no aciertan a mirar la vida con ojos de creyentes. Tal vez esos mapas los han decepcionado, no los han llevado al encuentro con Jesús y los han mantenido en cuestiones externas que critican duramente o que aceptan, con resignación o sin reflexión.
Tal vez nosotros mismos, sus catequistas, les ofrecemos ciertos mapas prefabricados, que nos sirvieron a nosotros; pero que no les sirven a ellos. Les indican caminos que nosotros mismos hemos recorrido, con más o menos acierto, pero no los dejan explorar y aventurarse para encontrarse, por fin, con el Señor.
Tampoco se trata de improvisar o de dejarlos solos. Quizás va siendo hora, de desentrañar el significado y la hondura de una pedagogía que Jesús conocía muy bien: el acompañamiento. Ese caminar junto al que busca, permitiéndole que siga buscando… Ese caminar, al principio casi imperceptible y después tan encarnado en la vida del catequizando.
Un caminar que no violenta, que no apura, que no se detiene y que, recorriendo la Palabra, va dejando llegar… Cada uno lo hace a su tiempo, con respeto a los tiempos del otro, y según sus posibilidades. Pero, por fin, arde el corazón y se produce el encuentro que se celebra con el Pan compartido. La pedagogía del acompañamiento no traza mapas, sino que recorre y acompaña los caminos personales y comunitarios de búsqueda.
Ref.
Bibliográfica:
Pbro. José Luis
Quijano. Fuente: Catholic.net
Este relato me movió mucho, ya que yo soy catequista de adultos, y las vivencias de éstos son mayores y más complicadas que la de los niños y el acompañamiento se hace imprescindible y será continuado según sus necesidades. Gracias por este aporte. Dios los bendiga.
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