viernes, 1 de agosto de 2014

Dios es el Alimento que el hombre busca…

OCTAVO DOMINGO DE PENTECOSTES - 3 Agosto 2014

Troparion de la Resurrección 
Destruiste la muerte con tu Cruz y abriste al ladrón el Paraíso; a las Miróforas los lamentos trocaste, y a tus Apóstoles ordenaste predicar que resucitaste, oh Cristo Dios, otorgando al mundo la gran misericordia.

Kondakion
Te transfiguraste, oh Cristo Dios, en la montaña; y Tus discípulos contempla­ron Tu Gloria, según ellos pudieron so­portar. Para que cuando Te vieran cruci­ficado, recordaran que Tu Pasión ha sido voluntaria y proclama­ran al mundo, que Tu eres verdadera­mente el Resplandor del Padre.

Hermanos, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, yo los exhorto a que se pongan de acuerdo: que no haya divisiones entre ustedes y vivan en perfecta armonía, teniendo la misma manera de pensar y de sentir. Porque los de la familia de Cloe me han contado que hay discordias entre ustedes. Me refiero a que cada uno afirma: "Yo soy de Pablo, yo de Apolo, yo de Cefas, yo de Cristo". ¿Acaso Cristo está dividido? ¿O es que Pablo fue crucificado por ustedes? ¿O será que ustedes fueron bautizados en el nombre de Pablo? Felizmente yo no he bautizado a ninguno de ustedes, excepto a Crispo y a Gayo. Así nadie puede decir que ha sido bautizado en mi nombre. Sí, también he bautizado a la familia de Estéfanas, pero no recuerdo haber bautizado a nadie más. Porque Cristo no me envió a bautizar, sino a anunciar la Buena Noticia, y esto sin recurrir a la elocuencia humana, para que la cruz de Cristo no pierda su eficacia.

En aquel tiempo, Jesús vio una gran muchedumbre y, compadeciéndose de ella, curó a los enfermos. Al atardecer, los discípulos se acercaron y le dijeron: "Este es un lugar desierto y ya se hace tarde; despide a la multitud para que vaya a las ciudades a comprarse alimentos". Pero Jesús les dijo: "No es necesario que se vayan, denles de comer ustedes mismos". Ellos respondieron: "Aquí no tenemos más que cinco panes y dos pescados". "Tráiganmelos aquí", les dijo. Y después de ordenar a la multitud que se sentara sobre el pasto, tomó los cinco panes y los dos pescados, y levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición, partió los panes, los dio a sus discípulos, y ellos los distribuyeron entre la multitud. Todos comieron hasta saciarse y con los pedazos que sobraron se llenaron doce canastas. Los que comieron fueron unos cinco mil hombres, sin contar las mujeres y los niños. En seguida, obligó a los discípulos que subieran a la barca y pasaran antes que él a la otra orilla, mientras él despedía a la multitud.

En aquel tiempo, María se había quedado afuera, llorando junto al sepulcro. Mientras lloraba, se asomó al sepulcro y vio a dos ángeles vestidos de blanco, sentados uno a la cabecera y otro a los pies del lugar donde había sido puesto el cuerpo de Jesús. Ellos le dijeron: "Mujer, ¿por qué lloras?". María respondió: "Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto". Al decir esto se dio vuelta y vio a Jesús, que estaba allí, pero no lo reconoció. Jesús le preguntó: "Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?". Ella, pensando que era el cuidador de la huerta, le respondió: "Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo iré a buscarlo". Jesús le dijo: "¡María!". Ella lo reconoció y le dijo en hebreo: "¡Raboní!", es decir "¡Maestro!. Jesús le dijo: "No me retengas, porque todavía no he subido al Padre. Ve a decir a mis hermanos: 'Subo a mi Padre, el Padre de ustedes; a mi Dios, el Dios de ustedes'. María Magdalena fue a anunciar a los discípulos que había visto al Señor y que él le había dicho esas palabras.

Reflexión
Nos posamos en la mirada tierna de Jesús, aquella mirada que "vió, se compadeció y sanó". Mirada que nos custodia, que nos envuelve y sana en el peregrinar de nuestras vidas.
Y encontramos que se hacía tarde, estaban en una zona desértica y la gente tenía hambre. Pero los discípulos tenían sólo cinco panes y dos pescados y así se lo hicieron saber a Jesús. Jesús lo sabía, pero Él siendo el Amor, sabe que el Amor no tiene límites, que no tiene imposibles, porque el mismo Amor es milagro.
Aquí nace la gran misión para los apóstoles, misión que hoy resuena con la misma firmeza que aquella vez: "Denles ustedes de comer". La humanidad sigue teniendo hambre como aquella multitud, sigue teniendo hambre y sed de Dios. Así la mirada de Jesús se posa en nosotros invitándonos a ésta desafiante misión de darles de comer a los que tienen hambre de escucha, de paz, de perdón, de pan, de dignidad, de esperanza, de Amor... Dios es el alimento que el hombre busca.
No nos detengamos ni preocupemos por lo poco que aparentemente tenemos. Porque aquí el alimento que podemos dar son nuestros talentos, brazos, oídos, tiempo, y todo ello se nos fue dado por Dios y como todo lo que viene de Dios siempre es grande.
Así juntos elevamos nuestras manos con nuestras vidas, con nuestros cinco panes y dos pescados, para que Jesucristo haga Su Obra y sacie el hambre que nuestro alrededor tiene. Cómo decía San Ignacio de Loyola, a quién recordamos recientemente: "para en todo amar y servir a Jesucristo"
María Santísima nos ayude a levantar nuestras manos para darlo y también para recibirlo porque nunca dejamos de tener ansias de Dios sabiendo que en ésas doce tinajas que sobraron, ahí está nuestro alimento de Cielo que es la Eucaristía que nos transfigura en Cristo.

¡Bendecida  semana en el Señor!


No hay comentarios:

Publicar un comentario