OCTAVO DOMINGO
DE PENTECOSTES - 3 Agosto 2014
Troparion de la
Resurrección
Destruiste la
muerte con tu Cruz y abriste al ladrón el Paraíso; a las Miróforas los lamentos
trocaste, y a tus Apóstoles ordenaste predicar que resucitaste, oh Cristo Dios,
otorgando al mundo la gran misericordia.
Kondakion
Te
transfiguraste, oh Cristo Dios, en la montaña; y Tus discípulos contemplaron
Tu Gloria, según ellos pudieron soportar. Para que cuando Te vieran crucificado,
recordaran que Tu Pasión ha sido voluntaria y proclamaran al mundo, que Tu
eres verdaderamente el Resplandor del Padre.
Hermanos, en el nombre de nuestro Señor
Jesucristo, yo los exhorto a que se pongan de acuerdo: que no haya
divisiones entre ustedes y vivan en perfecta armonía, teniendo la misma manera
de pensar y de sentir. Porque los de la familia de Cloe me han contado que
hay discordias entre ustedes. Me refiero a que cada uno afirma: "Yo soy de
Pablo, yo de Apolo, yo de Cefas, yo de Cristo". ¿Acaso Cristo está
dividido? ¿O es que Pablo fue crucificado por ustedes? ¿O será que ustedes
fueron bautizados en el nombre de Pablo? Felizmente yo no he bautizado a
ninguno de ustedes, excepto a Crispo y a Gayo. Así nadie puede decir que ha
sido bautizado en mi nombre. Sí, también he bautizado a la familia de
Estéfanas, pero no recuerdo haber bautizado a nadie más. Porque Cristo no me
envió a bautizar, sino a anunciar la Buena Noticia, y esto sin recurrir a la
elocuencia humana, para que la cruz de Cristo no pierda su eficacia.
En aquel tiempo, Jesús vio una gran
muchedumbre y, compadeciéndose de ella, curó a los enfermos. Al atardecer, los
discípulos se acercaron y le dijeron: "Este es un lugar desierto y ya se
hace tarde; despide a la multitud para que vaya a las ciudades a comprarse
alimentos". Pero Jesús les dijo: "No es necesario que se vayan,
denles de comer ustedes mismos". Ellos respondieron: "Aquí no
tenemos más que cinco panes y dos pescados". "Tráiganmelos
aquí", les dijo. Y después de ordenar a la multitud que se sentara sobre
el pasto, tomó los cinco panes y los dos pescados, y levantando los ojos al
cielo, pronunció la bendición, partió los panes, los dio a sus discípulos, y
ellos los distribuyeron entre la multitud. Todos comieron hasta saciarse y con
los pedazos que sobraron se llenaron doce canastas. Los que comieron fueron
unos cinco mil hombres, sin contar las mujeres y los niños. En seguida, obligó
a los discípulos que subieran a la barca y pasaran antes que él a la otra
orilla, mientras él despedía a la multitud.
En aquel tiempo, María se había quedado
afuera, llorando junto al sepulcro. Mientras lloraba, se asomó al sepulcro y
vio a dos ángeles vestidos de blanco, sentados uno a la cabecera y otro a los
pies del lugar donde había sido puesto el cuerpo de Jesús. Ellos le dijeron:
"Mujer, ¿por qué lloras?". María respondió: "Porque se han
llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto". Al decir esto se dio
vuelta y vio a Jesús, que estaba allí, pero no lo reconoció. Jesús le preguntó:
"Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?". Ella, pensando que era el
cuidador de la huerta, le respondió: "Señor, si tú lo has llevado, dime
dónde lo has puesto y yo iré a buscarlo". Jesús le dijo:
"¡María!". Ella lo reconoció y le dijo en hebreo:
"¡Raboní!", es decir "¡Maestro!. Jesús le dijo: "No me
retengas, porque todavía no he subido al Padre. Ve a decir a mis hermanos:
'Subo a mi Padre, el Padre de ustedes; a mi Dios, el Dios de ustedes'. María
Magdalena fue a anunciar a los discípulos que había visto al Señor y que él le
había dicho esas palabras.
Reflexión
Nos posamos en la mirada tierna
de Jesús, aquella mirada que "vió, se compadeció y sanó". Mirada que
nos custodia, que nos envuelve y sana en el peregrinar de nuestras vidas.
Y encontramos que se hacía tarde,
estaban en una zona desértica y la gente tenía hambre. Pero los discípulos
tenían sólo cinco panes y dos pescados y así se lo hicieron saber a Jesús.
Jesús lo sabía, pero Él siendo el Amor, sabe que el Amor no tiene límites, que
no tiene imposibles, porque el mismo Amor es milagro.
Aquí nace la gran misión para los
apóstoles, misión que hoy resuena con la misma firmeza que aquella vez: "Denles
ustedes de comer". La humanidad sigue teniendo hambre como aquella
multitud, sigue teniendo hambre y sed de Dios. Así la mirada de Jesús se posa
en nosotros invitándonos a ésta desafiante misión de darles de comer a los que
tienen hambre de escucha, de paz, de perdón, de pan, de dignidad, de esperanza,
de Amor... Dios es el alimento que el hombre busca.
No nos detengamos ni preocupemos
por lo poco que aparentemente tenemos. Porque aquí el alimento que podemos dar
son nuestros talentos, brazos, oídos, tiempo, y todo ello se nos fue dado por
Dios y como todo lo que viene de Dios siempre es grande.
Así juntos elevamos nuestras
manos con nuestras vidas, con nuestros cinco panes y dos pescados, para que
Jesucristo haga Su Obra y sacie el hambre que nuestro alrededor tiene. Cómo
decía San Ignacio de Loyola, a quién recordamos recientemente: "para en
todo amar y servir a Jesucristo"
María Santísima nos ayude a
levantar nuestras manos para darlo y también para recibirlo porque nunca
dejamos de tener ansias de Dios sabiendo que en ésas doce tinajas que
sobraron, ahí está nuestro alimento de Cielo que es la Eucaristía que nos
transfigura en Cristo.
¡Bendecida semana en
el Señor!
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