En este primer domingo de la Gran Cuaresma de ayuno en las iglesias de tradición bizantina, se conmemora el restablecimiento del culto a los iconos.
En Oriente, durante más de cien años, a partir del reinado de León Isáurico (717-741) y hasta el reinado de Teófilo (829-842), la Iglesia se asombró ante la persecución de los iconódulos, defensores del culto a las imágenes, desde parte de los iconoclastas, que querían destruir las imágenes sagradas.
El origen del pensamiento iconoclasta se remonta a la prohibición de producir imágenes de Dios, como se expresa en las escrituras del Antiguo Testamento (ver: Éxodo 20.4-5 y Deuteronomio 4.15-19 ), muchos debido a la veneración exagerada de las imágenes, que en muchos casos se consideraron verdaderos ídolos.
Luego de sucesos alternados y dolorosos, donde partidarios y opositores del culto a las imágenes tenían el poder político en sus manos, en 787 se llegó a las definiciones del Segundo Concilio de Nicea, donde se estableció el principio de que, con la encarnación de la Palabra de Dios, Dios se ha hecho visible, experimentable y, por tanto, representable: con la Encarnación del Verbo se ha superado la prohibición de hacer imágenes de Dios.
Las primeras manifestaciones de la iconografía cristiana tuvieron una función didáctica; pero, al entrar a formar parte del culto ritual, las imágenes se convierten en expresión estética de la fe que profesa y vive la Iglesia universal. La crisis iconoclasta en el oriente cristiano, suscitó un profundo debate teológico acerca de la legitimidad, la función y el significado de las imágenes. Estas luchas ahondaron la reflexión sobre las posibilidades de la imagen para expresar, en su forma perecedera, categorías tan diversos como la naturaleza y la gracia, lo humano y lo divino, la inmanencia y la trascendencia. Las discrepancias degeneraron en una contienda entre los partidarios y los detractores de las manifestaciones iconográficas.
Pero una solución completa y definitiva de la cuestión iconoclasta llegó con la muerte del emperador iconoclasta Teófilo, cuando su viuda Teodora, después de haber depuesto al patriarca Giovanni Grammatico, convocó, junto con su hijo Miguel y el nuevo patriarca Metodio, para el 11. Marzo de 843 un sínodo en Constantinopla, donde se restableció definitivamente el culto a las imágenes sagradas.
La reina, después de haber venerado el Icono de la Madre de Dios, ante la asamblea sinodal enunció estas palabras: " Si alguien no ofrece respeto al culto de los iconos sagrados, no adorándolos como si fueran dioses, sino venerándolos con amor como del arquetipo, que sea anatema”. Posteriormente, el primer domingo de ayuno, ella y su hijo Miguel hicieron una procesión con todo el clero y la corte imperial, portando los íconos restaurados, que fueron nuevamente colocados en las iglesias para ser venerados.
Desde entonces las iglesias de tradición bizantina en el primer domingo de Cuaresma lleva los iconos en procesión y proclaman el Synodicon , que es una reelaboración de los actos del segundo Concilio de Nicea.
Este domingo se llama ortodoxia por el triunfo de la verdadera doctrina sobre la herejía iconoclasta que, al destruir las imágenes, niega la encarnación de la Palabra de Dios.
Entre los defensores destaca el teólogo S. Juan Damasceno que organizó una serie de argumentos tomados de la tradición patrística para construir una teoría acerca de la significación teológica las imágenes. En sus tres discursos De imaginibus refuta los argumentos tanto de los judíos como de los iconoclastas cristianos: «Pues si el Hijo de Dios, tomando la condición de siervo, se revistió de la figura humana y, hecho semejante a los hombres, apareció en su porte como hombre, ¿por qué no vamos a poder representar su imagen?» (De imagínibus I).
Iconografía y triunfo de la ortodoxia
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