domingo, 11 de agosto de 2024

Hoy el arca viva y sagrada del Dios viviente, la que llevó en su seno a su propio Artífice, descansa en el templo del Señor

La proclamación del dogma de la Asunción por Pío XII (1950) ha tenido como consecuencia la reestructuración de toda la liturgia de esta solemnidad, que canta el misterio de la glorificación de María asunta ya al cielo en cuerpo y alma; gracias a la reciente reforma se ha hecho una nueva reelaboración.
Esta solemnidad está dotada, por excepción, de un formulario para la misa vespertina de la vigilia. En la misa del día se proclama como primera lectura una cita del Apocalipsis (11,19; 12,1-6.10) que recuerda a la mujer vestida de sol (12,1), aunque en un contexto de difícil comprensión para los fieles que escuchan…
La referencia evangélica de Lucas (1,39-56), que refiere el elogio de Isabel a María y la proclamación del Magnificar, expresa bien la exaltación de la sierva humilde.

Durante los 15 días de agosto (del 1 al 15) la Iglesia de Oriente,  practica la “Paráclisis” a la Madre de Dios como oficio que nos prepara a vivir la fiesta de la Dormición de la Virgen. En los monasterios constantemente se celebran durante la semana y los fieles en sus necesidades, tristezas, dificultades o alegrías, acostumbran cantarla ya sea individual o comunitariamente.
La palabra griega “Paráclisis” significa literalmente “súplica” y se usa para indicar un tipo de canon que se utiliza para pedir la intercesión de la Madre de Dios o de algún Santo. Llamamos “Canon” a una cadena de nueves odas y cada oda, a su vez, consiste en una serie de troparios o himnos compuestos sobre un mismo orden rítmico.
De la misma manera que San Lucas en los primeros dos capítulos de su Evangelio pintó con el pincel de la fe el primer icono de la Madre de Dios (llamándola “llena de Gracia”, “Bendita entre las mujeres”, “Madre de mi Señor”, “Bienaventurada”, “que guarda todas las cosas y las medita en su corazón”).
Entonces el servicio de la Paráclisis no es otra cosa que dibujar con palabras y melodías el icono de la Madre de Dios llamado “Odigitria”, es decir “la conductora” o “la que señala el camino”, icono en el cual la Virgen María lleva en su brazo izquierdo a Jesucristo y con su mano derecha lo señala y nos dice “Haced lo que El os diga”.[1]
De la Asunción de María ya habla San Juan Damasceno (726):
·         Hoy es introducida en las regiones sublimes y presentada en el templo celestial la única y santa Virgen, la que con tanto afán cultivó la virginidad, que llegó a poseerla en el mismo grado que el fuego más puro. Pues mientras todas las mujeres la pierden al dar a luz, Ella permaneció virgen antes del parto, en el parto y después del parto.
·         Hoy el arca viva y sagrada del Dios viviente, la que llevó en su seno a su propio Artífice, descansa en el templo del Señor, templo no edificado por manos humanas. Danza David, abuelo suyo y antepasado de Dios, y con él forman coro los ángeles, aplauden los Arcángeles, celebran las Virtudes, exultan los Principados, las Dominaciones se deleitan, se alegran las Potestades, hacen fiesta los Tronos, los Querubines cantan laúdes y pregonan su gloria los Serafines. Y no un honor de poca monta, pues glorifican a la Madre de la gloria.
·         Hoy la sacratísima paloma, el alma sencilla e inocente consagrada al Espíritu Santo, salió volando del arca, es decir, del cuerpo que había engendrado a Dios y le había dado la vida, para hallar descanso a sus pies; y habiendo llegado al mundo inteligible, fijó su sede en la tierra de la suprema herencia, aquella tierra que no está sujeta a ninguna suciedad.
·         Hoy la Virgen inmaculada, que no ha conocido ninguna de las culpas terrenas, sino que se ha alimentado de los pensamientos celestiales, no ha vuelto a la tierra; como Ella era un cielo viviente, se encuentra en los tabernáculos celestiales. Aquél que en ningún lugar es contenido, se encarnó y se hizo niño en Ella sin obra de varón, y la transformó en hermosísimo tabernáculo de esa única divinidad que abarca todas las cosas, totalmente recogido en María sin sufrir pasión alguna.
·         Hoy la Virgen, el tesoro de la vida, el abismo de la gracia—no sé de qué modo expresarlo con mis labios audaces y temblorosos—nos es escondida por una muerte vivificante. Ella, que ha engendrado al destructor de la muerte, la ve acercarse sin temor, si es que está permitido llamar muerte a esta partida luminosa, llena de vida y santidad. Pues la que ha dado la verdadera Vida al mundo, ¿cómo puede someterse a la muerte? Pero Ella ha obedecido la ley impuesta por el Señor1 y, como hija de Adán, sufre la sentencia pronunciada contra el padre. Su Hijo, que es la misma Vida, no la ha rehusado, y por tanto es justo que suceda lo mismo a la Madre del Dios vivo. Mas habiendo dicho Dios, refiriéndose al primer hombre: no sea que extienda ahora su mano al árbol de la vida y, comiendo de él, viva para siempre (Gn 3, 22), ¿cómo no habrá de vivir eternamente la que engendró al que es la Vida sempiterna e inacabable, aquella Vida que no tuvo inicio ni tendrá fin?
(...) Si el cuerpo santo e incorruptible que Dios, en Ella, había unido a su persona, ha resucitado del sepulcro al tercer día, es justo que también su Madre fuese tomada del sepulcro y se reuniera con su Hijo. Es justo que así como Él había descendido hacia Ella, Ella fuera elevada a un tabernáculo más alto y más precioso, al mismo cielo.[2]


[2] Madre de la gloria (Homilía 2 en la dormición de la Virgen Marta, 2 y 14) ASUNCIÓN/DAMASCENO

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