miércoles, 24 de agosto de 2016

La espiritualidad del catequista

El inicio de la espiritualidad de todo cristiano es el bautismo, semilla de la acción profética dela cual nace la vocación del catequista como un servicio generoso para la Iglesia. El catequista es aquel que conoce y ha experimentado un encuentro con Jesucristo, que se ha dejado impregnar por Él. Por lo tanto, su vida espiritual cristiana es un seguir a Cristo, configurándose en su Persona y de este modo, se expresa la vivencia de este encuentro en su relación con Dios, con los demás y consigo mismo.
La espiritualidad se vive y se alimenta siendo dóciles a la acción del Espíritu Santo quien empuja hacia la misión haciéndolo profeta de la alegría y de la esperanza, y también hacia la santidad moldeando su ser para adquirir la forma de Jesucristo.
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Se dice que el catequista debe ser un hambriento de Dios. Todo en su vida debe ser fruto de la oración y la escucha de la Palabra, la celebración y vivencia de los sacramentos.

Su trabajo debe convertirse en oración ya que a partir del encuentro personal con Dios su labor da verdadero fruto y fruto que permanezca (Jn 15,6). Es de suma importancia que el catequista aprenda a buscar durante día, algún momento de encuentro con el Señor, de poder hablar con Él. Eso es oración.

La oración implica un doble proceso de hablar y escuchar a través de un conocimiento profundo y vivencial de la Palabra de Dios. Es un abrir el corazón a las inspiraciones divinas, es un dejarse tocar por Dios para dejarlo atravesar a la propia vida y dejarla en sus manos amorosas. Por eso, debe ser una oración confiada y perseverante para crecer en la misión encomendada y asumida. Si no hay oración todo el trabajo realizado no será significativo en el catequista ni en los catequizandos. Bien decía una formadora que el catequista es la primera imagen de Cristo que recibe a quien se dirige el anuncio del Evangelio.

La oración por excelencia es la Eucaristía, alimento primordial, centro y culmen de la vida cristiana en la cual se fundamenta la labor del catequista. Este fuerte e íntimo encuentro con Cristo vivo hace posible la eficacia de la Palabra que se quiere comunicar porque es la base en la relación con los hermanos en donde el “yo” se reconoce con el “tú”: “como tú, Padre, en mí y yo en ti que ellos sean también uno como nosotros” (Jn 17, 21).

Para un crecimiento en la vida espiritual eficaz, también el catequista ha de frecuentar el sacramento de la Penitencia, vivencia particular del encuentro con Jesús misericordioso en el cual el examen de conciencia adquiere un significado especial ya que se transforma en oración, “encuentro real con Dios Padre en Jesús que actúa de modo que nos podamos ver ante Él, con Él y con los demás” (Marko Iván Rupnik).

La espiritualidad en el catequista lo conducirá a un camino de conversión permanente a través de la oración, la Palabra, la celebración y la vida sacramental fortaleciéndolo en la fe y la entrega encontrando en María, Nuestra Madre y Maestra, ejemplo de amor y servicio, docilidad, humildad y entrega confiada en esta bella misión de ser comunicadores de la buena Nueva.


María José Molina
Catequista
Catedral Exarcal Córdoba 

Publicado en la Revista Allah Mahabba, edición impresa, Año XVII, N° 49, Agosto 2016.

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