miércoles, 17 de junio de 2020

Ecumenismo: tendiendo puentes, derribando muros.


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Mucho se escucha hablar sobre el ecumenismo. ¿Pero, qué es el ecumenismo?
El Decreto Conciliar sobre el Ecumenismo, Unitates Redintegratio (Concilio Vaticano II), lo define así: “Por movimiento ecuménico se entiende el conjunto de actividades y empresas que, conforme a las distintas necesidades de la Iglesia y a las circunstancias de los tiempos, se suscitan y se ordenan a favorecer la unidad de los cristianos.” Es decir, el ecumenismo es un movimiento que surge por gracia del Espíritu Santo, para restaurar la unidad de los cristianos que invocan al Dios Uno y Trino y confiesan que Jesús es el señor y Salvador.

Para esto, se deben llevar a cabo las siguientes acciones: en primer lugar, eliminar las palabras, juicios y actos que no sean conformes a la condición de los hermanos separados, o que pueden dificultar las relaciones con ellos. En segundo lugar, entablar un diálogo entre peritos y técnicos en las reuniones de las diversas Iglesias y Comunidades, celebradas en espíritu religioso, exponiendo y presentando la doctrina de su comunión y sus características, para adquirir un auténtico conocimiento y un justo aprecio  de la doctrina y de ambas comuniones; en tercer lugar, conseguir una amplia colaboración con verdadera conciencia cristiana en el orden del bien común, participando en la oración unánime, para, finalmente, examinar con fidelidad a Cristo con relación a la Iglesia y, emprender la obra de renovación y reforma.

El movimiento ecuménico tiene más de un siglo de existencia y nace como respuesta a la división de los cristianos en distintas Iglesias y Confesiones, división que contradice la voluntad de Jesucristo, empobreciendo  la obra evangelizadora. Es de total relevancia la unidad y plena comunión de los discípulos de Jesucristo, que anhela que “todos seamos uno” (Jn 17, 21-23).

De aquí, surge la necesidad de un ecumenismo espiritual. Se trata de sensibilizar al pueblo a la oración, al trabajo y al servicio para lograr la unidad de los cristianos a través de una conversión genuina del corazón, y así, promover  y realizar la unión de los cristianos, llevando una vida más pura, según el Evangelio. Por esta razón, es necesario profundizar en la oración, el conocimiento mutuo, la formación y la cooperación entre cristianos.

Cuando hablamos de unidad, el Papa Francisco nos recuerda que esta “no es el resultado de nuestros esfuerzos humanos, o el  producto  de la diplomacia eclesiástica, sino que es un don del Cielo.” Y continúa diciendo: “Desde este punto de vista, la unidad, antes que una meta, es un camino con su propia hoja de ruta y su ritmo”, y añade que “requiere paciencia, tenacidad, esfuerzo y compromiso.”
Sin embargo,  también advierte contra aquellos que no tienen una auténtica disposición a seguir ese camino, ya que la unidad sólo puede ser recibida por aquellos que deciden avanzar hacia una meta que hoy nos parece muy lejana.

Por ello, en sintonía con la Unitates Redintegratio , nos manifiesta que la cooperación, el diálogo y la oración conjunta es el vínculo que puede unir a todos los cristianos, porque son signos de un real ecumenismo.

Todas las diferencias teológicas y eclesiológicas que ha dividido a los cristianos se superarán a lo largo de este caminar. No sabemos cómo ni cuándo, pero sucederá según el Espíritu Santo nos quiera sugerir por el bien de la Iglesia.

Finalmente, el Papa aclara que la “unidad nos es uniformidad”, es decir, no se trata de suprimir la diversidad de tradiciones teológicas, litúrgicas, espirituales y canónicas, sino de respetarla, superar las diferencias para poder hacer posible la unidad que Dios nos pide. 
“La comunidad cristiana, con su pluralidad, está llamada no a competir, sino a colaborar.”


María José Molina
Catequista
Catedral Exarcal, Córdoba.

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