"Señor,
no soy digno de que entres en mi casa”
Creer es un acto auténticamente humano. No es contrario ni a
la libertad ni a la inteligencia del hombre depositar la confianza en Dios y
adherirse a las verdades por Él reveladas.[1]
Es impresionante
verificar como Jesús entraba y vivía en las casas de la gente: en casa de
Pedro (Mt 8,14), de Mateo (Mt 9,10), de Jairo (Mt 9,23), de Simón el fariseo
(Lc 7,36), de Simón el leproso (Mc 14,3), de Zaqueo (Lc 19,5). El oficial
reconoce: “No soy digno de que entres en mi casa” (Mt 8,8). La gente buscaba a
Jesús en su casa (Mt 9,28; Mc 1,33; 2,1; 3,20). Los cuatro
amigos del amigos quitan las tejas para que el enfermo baje dentro de la casa donde
Jesús estaba enseñando a la gente (Mc 2,4). Cuando ya está en Jerusalén, Jesús
se quedó en Betania en casa de Marta, María y Lázaro (12,2).
En el envío de los discípulos y de las discípulas su misión es entrar en las casas de
la gente y traer la paz (Mt 10,12-14; Mc 6,10; Lc 10,1-9).[2]
Del otro lado, Debemos
de notar en estos versículos la bondad del centurión. Este
rasgo de su carácter se manifiesta de tres modos distintos. Le vemos en el
tratamiento que da á su siervo: lo cuida tiernamente cuando está enfermo, y se
esmera en que recobre la salud. Le vemos también en su cariño por el pueblo
Judío. No lo desprecia como otros gentiles lo hacían generalmente, pues los
ancianos dan este testimonio importante: "Él ama á nuestra nación."
Le vemos finalmente en la generosidad con que patrocinó la sinagoga de
Capernaúm: no manifestó su amor para con Israel de palabra solamente, sino
también con hechos. Los mensajeros que envió á nuestro Señor apoyaron la
petición diciendo: "El nos edificó una sinagoga."[3]
Oración final
La mano del Señor actúa con verdad y
justicia,
son leales todos sus mandatos,
válidos para siempre jamás,
para cumplirlos con verdad y rectitud. (Sal 111,7-8)
son leales todos sus mandatos,
válidos para siempre jamás,
para cumplirlos con verdad y rectitud. (Sal 111,7-8)
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