"Dios mío, abre mi espíritu y dame inteligencia para aprender las verdades de la salvación.
En vano leeré o escucharé la Verdad si Tú no haces que penetre en mi corazón.
Concédeme ardor para buscarla, docilidad para aceptarla y fidelidad para cumplirla."
Santo Tomás de Aquino
Acerca de las Sagradas Escrituras, podría decirse que no existe casi, cultura que no haga alguna referencia a las mismas, ni revisión histórica sobre la antigüedad que no recurra a ellas.
A pesar de todo, a veces nos resulta difícil comprender algunos de sus textos, siendo además, el libro que más se empieza a leer y el que menos se termina de leer.
Los eruditos en estudios bíblicos examinan el contexto histórico del texto bíblico, la atribución de la autoría de cada uno de los libros y el contraste entre la narración bíblica y las evidencias externas.
Los distintos manuscritos bíblicos hacen suponer que no fueron nutridos de una única fuente, así como el volumen grande de los primeros textos (y sus paralelos) los vuelven más fiables y con menos posibilidades, a través de los años, de haber sido cambiados.
Los libros que comprenden el Antiguo Testamento están escritos en su mayor parte en hebreo bíblico y algunos en arameo bíblico. El fragmento más antiguo conservado es un pequeño amuleto de plata datado 600 a.C. que contiene una versión de la bendición sacerdotal o bendición aaronita: “Que el Señor haga resplandecer su rostro sobre ti…”
Así el Antiguo Testamento prepara y anuncia la Venida del Mesías. Hay en el Antiguo Testamento, muchas profecías mesiánicas, algunas consideradas muy claras y relevantes, como por ejemplo el nacimiento de Jesús en Isaías 7, 14: “Por tanto, el Señor mismo os dará una señal: He aquí que una virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emanuel”; o en Miqueas 5,2: “Más tú, Belén Efratá, aunque eres la menor entre las familias de Judá´, tú me darás a aquel que debe gobernar Israel, y cuyos orígenes se pierden en el pasado, en épocas antiguas.”
En el Nuevo Testamento, la Palabra de Dios se manifiesta eminentemente en Cristo que invita a los apóstoles a predicar el Evangelio. Esta Buena Noticia, se trata de una revelación progresiva que surge en el Antiguo Testamento de la Biblia, y luego, cuando Dios se hizo hombre en la persona de Jesús, fue completada y perfeccionada por El y registrada en el Nuevo Testamento.
El Nuevo Testamento fue escrito originalmente en griego y luego en latín. La forma canónica de los cuatro evangelios fue propuesto por San Ireneo de Lyon en el año 180. El resto de los otros muchos evangelios existentes fueron considerados “no canónicos” y Atanasio de Alejandría, proporciona en el año 367 una lista de obras que coincide exactamente con lo que pasó a ser el canon del Nuevo Testamento.
Además de los cuatro Evangelios, el N.T. contiene los Hechos de los Apóstoles, las cartas del apóstol Pedro, Pablo, Juan, Santiago, la carta a los Hebreos y el Apocalipsis.
El autor de los Hechos de los Apóstoles es San Lucas, que no fue discípulo directo de Jesucristo. Vivía fuera de Palestina: en Antioquía, pero cuando se convirtió, se interesó no sólo en investigar los acontecimientos sino también en consignarlos por escrito.
Realmente, San Lucas, es una bendición para la Iglesia: es el cronista privilegiado que nos transmite,y sólo él, por ejemplo, la infancia de Jesús.
A él también le debemos la noticia de la venida del Espíritu Santo en Pentecostés y presenta la figura de San Pedro como el primer Papa de la historia.
La Iglesia, a través del Misterio Pascual, recibe el don de la verdad última sobre la vida del hombre y ha anunciado que Jesucristo es el camino, la verdad y la vida, y que la verdad alcanzada es sólo una etapa hacia aquella Verdad Total que se manifestará: “Ahora vemos como en un espejo, confusamente, después veremos cara a cara. Ahora, conocemos imperfectamente, después conoceremos como Dios nos conoce a cada uno de nosotros.” 1ªCor.13, 12
La Revelación la vemos expresada en obras y en palabras intrínsecamente ligadas.
Las obras de Dios manifiestan y confirman las realidades que las Palabras significan, a su vez las palabras proclaman las obras y explican su Misterio.
Las Sagradas Escrituras nos muestran la admirable condescendencia de Dios hacia nosotros para que vivamos “Su Amor Inefable”, en ella podemos hallar normas de conducta para el camino hacia la santidad, descubrir el inmenso amor de Dios y su plan de salvación.
Lic. Susana Moreno
Catequista
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