“El icono es semejanza, ejemplo y paradigma de Alguien que se muestra a través suyo…
Ha sido pensado para que lo oculto se hiciese manifiesto.” San Juan Damasceno
Ha sido pensado para que lo oculto se hiciese manifiesto.” San Juan Damasceno
Los Iconos son mucho más que una imagen de devoción son imágenes de Culto, y corresponde devolverles su significado y presencia, actualizar su vigencia. Llamativamente Occidente católico está redescubriendo su belleza y comienza a hacerles sitio, pero queda un largo camino por transitar para darles el lugar que les corresponde en nuestros templos, en la Liturgia, en nuestras familias.
Para valorar esta herencia conviene conocer su razón de ser que pensamos presentar gradualmente en las sucesivas publicaciones de la Revista, para ampliar nuestra comprensión.
Para valorar esta herencia conviene conocer su razón de ser que pensamos presentar gradualmente en las sucesivas publicaciones de la Revista, para ampliar nuestra comprensión.
Un poco de historia
Sabemos de la prohibición de las imágenes en el AT (cfr. Ex 20,4). Pero con el Nacimiento de Jesús, Dios no oculta su imagen en su trascendencia indescriptible sino que la revela en su Hijo hecho carne, imagen visible de Dios Invisible. El Señor Jesús le dijo a Felipe: “Quien me ve a mí ve también al Padre” (cfr. Jn. 14,9). La Iglesia concluyó que la prohibición anterior fue necesaria para evitar la idolatría, pero en la Nueva Alianza, para quienes profesan fe en Jesucristo, les está permitido contemplar su Rostro. Actualicemos lo que esto significa para nosotros creyentes como itinerario espiritual a recorrer en la fe!.
Con todo, en los comienzos, las primeras comunidades cristianas tuvieron sus vacilaciones, tal vez influenciados todavía por sus raíces en el judaísmo. A pesar de estas dificultades, la Iglesia primitiva, que con cariño había custodiado las Palabras de Cristo, con lógica y con amor deseaba retener también la imagen de su santa humanidad, el rostro amado de su Esposo Divino, por eso con discernimiento recurrirá al arte, purificándolo y sublimándolo a tal punto que se hiciese apto para transparentar “los espectáculos misteriosos y sobrenaturales”, tomando expresiones de San Juan Damasceno.
De hecho honraron imágenes que llamaron “ajeiropoietes”, es decir, no pintadas por manos humanas. Las más veneradas fueron las de Abgar y la de Verónica… son los iconos llamados de la Santa Faz (Mandylion). También se le atribuyó al evangelista Lucas notables cualidades artísticas y haber pintado a la Madre de Dios con el Niño Jesús, sin El, y en actitud orante.
El primer arte cristiano que conocemos es el de las Catacumbas, con especial relevancia en Roma. Según Evdokimov, este arte es eminente y exclusivamente “significativo”, es decir, expone la doctrina por medio de signos cifrados, conocidos por los cristianos. Su fin es didáctico: proclamar la salvación y expresar sus instrumentos.
En los albores del siglo IV, bajo una nueva forma nunca vista hasta entonces, el arte del icono se deja ver no ya como mero signo, sino como símbolo de la presencia de lo sobrenatural, visión litúrgica del misterio hecho imagen. Es bueno aclarar que el signo informa e indica (arte catacumbal) mientras que el símbolo remite en comunión de esencia a lo simbolizado, de algún modo presente en él, y es lo propio del arte icónico.
Los historiadores del icono sitúan el origen del icono en la región siro-palestina, cuna del cristianismo. Aunque en sus comienzos se inspiraron en el arte antiguo, en la pintura de los frescos, en las miniaturas y en los bajo-relieves de los sarcófagos, sobre todo bebieron su estilo y su espiritualidad en el ambiente y la cosmovisión de Bizancio. Como arte alcanzó su propio estilo y simbología, para convertirse en arte sacro, teología escrita y narrada a través de las líneas, los colores y la forma.
Durante los primeros siete siglos de la Iglesia, debido a la aparición de diversas herejías cristológicas, la Iglesia se abocó a definir en términos precisos el misterio del Verbo Encarnado, a la par, los iconos fueron la expresión en imagen de aquella profesión de fe que tenía su fundamente en Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre, pero que abarcaba también todas las verdades de nuestro CREDO. Cuando parecían haber terminado las herejías es cuando sorpresivamente estalló una ofensiva contra la Iglesia en torno del Icono. Este período de persecución y destrucción de imágenes, de exilio para algunos, tortura o muerte para otros, especialmente de iconógrafos, abarcó desde el año 726 al 842, con una tregua de 27 años en medio, se la conoce como la guerra iconoclasta la que finalizó con el Concilio de Constantinopla en el que se anatematizó a los iconoclastas y celebró en Santa Sofía un solemne Oficio bajo el nombre de la “Gran fiesta de la ortodoxia”. Era el primer domingo de cuaresma. Se celebra como El triunfo de la Ortodoxia.
“Insensible al realismo evangélico, a lo sacro de la Historia, el Iconoclasmo niega el realismo de la santidad, su capacidad de transfigurar la naturaleza…. Golpeaba a la vez al icono, al estado monástico, al culto de los santos, y a la maternidad divina de la Theotokos… por el contrario, la intransigencia de los defensores del icono, asumiendo incluso el martirio, superó de lejos el elemento didáctico o artístico: en el icono, la Iglesia defendió el fundamento mismo de la fe cristiana”. (Paul Evdokimov)
“La catástrofe que representaba el iconoclasmo exigió el esfuerzo supremo, la tensión de todas las fuerzas de la Iglesia, la sangre de sus mártires y de sus confesores, la experiencia espiritual y la sabiduría de los Padres apologetas, la fe inquebrantable del pueblo, su tierna e inflexible devoción, la firmeza y la audacia de los obispos que permanecieron fieles a la ortodoxia. Fue realmente un esfuerzo de la Iglesia en su conjunto” (Ouspensky).
Las afirmaciones cristológicas de los Concilios anteriores culminaron así en un grandioso Himno Iconosófico y doxológico. “La Iglesia de Cristo resplandece ahora con los sagrados iconos, como una esposa ataviada de joyas”. (I Vísperas del Triunfo de la Ortodoxia)
Se puede decir que también hubo un Iconoclasmo en Occidente marcado por el espíritu de la Reforma, que vació las Iglesias, dejando en ellas sólo la Palabra y un gran vacío. En respuesta, el concilio de Trento precisaría una vez más la doctrina católica de las imágenes y proclamaría la legitimidad y conveniencia de su culto.
Al considerar la fe y el valor de los creyentes en los primeros siglos en la fe, hagamos presente en nuestra oración ante los Sagrados Iconos también a nuestros hermanos que sufren persecución y nos testimonian hoy que sus lámparas están encedidas en el amor a Cristo. El realismo de su santidad actual nos sacuda interiormente y encienda también nuestros corazones. Que la Madre de Dios y los Santos intercedan por todos, ellos y nosotros!!. Amén.
H. Adriana Barone, rbp
http//:angelo-iconos.blogspot.com.ar
Publicado en la Revista Allah Mahabba, edición impresa, Año XVII, N° 49, Agosto 2016.
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