miércoles, 25 de marzo de 2020

Necesitamos confiar en Él. El juicio y la condena: ¿juzgado por ver?....

Pero la curación causa alegría al ciego y asombro a los vecinos y conocidos, a otros, a las autoridades judías, les causa temor. Nos encontramos con una gran ironía, lo que debería ser alegría, la curación de una persona, es causa de conflicto y de acusación. 


Hoy también, los profetas y visionarios son peligrosos. Esta gente puede ver lo profundo de los corazones, y esto, en un mundo revestido de falsedad, no conviene.
Y así, por el peligro que implica la visión del que era ciego, éste es llevado a la presencia de los fariseos, que aparecen como la instancia legal, como los jueces de la religión. Y es que, además, para mal de todos, el ciego fue curado en sábado, un día en que no se puede quitar la mirada de Dios. Lo demás no es importante para ellos.

Los fariseos olvidan que a Dios no se le puede manejar, no se le puede recluir en 4 ideas y desde allí deducir todo. Quizás algo parecido como cuando queremos manejar a Dios para que haga nuestra voluntad, o presentamos la nuestra como la divina.


Y los fariseos le preguntan, “¿Y tú qué dices de él?”. Parece que quieren quitarse la responsabilidad de dar un veredicto… El ciego responde ahora con mayor seguridad “Es un profeta”. Su respuesta no es fruto de lo que han dicho otros… es una respuesta personal, que surge desde una convicción. Ahora sabe que Jesús es un profeta… pero aún le falta recorrer un gran tramo. Ha avanzado en el camino de la fe y ahora, su misma vida, su experiencia, le da mayor capacidad para reconocer a la persona de Jesús. Es como si la Palabra nos enseñara que es en la vida donde aprendemos procesualmente a reconocer a Jesús.

Poco a poco, con las experiencias de cada día, vamos aprendiendo a dar una respuesta personal a lo que él es para nosotros. Lo llamativo es que ese proceso de conocimiento de Dios se da en un contexto de conflicto, de oposición.

El dejarnos re-recrear por las manos de Dios puede ser difícil; implica romper con ciertas estructuras y costumbres que se han enquistado en nosotros. Romper con la pasividad a la que nos hemos acostumbrados; empezar a ser protagonistas de nuestra relación con Dios. Esto no exime de sufrimiento y adversidad; de momentos de silencio y soledad, en los que parece que Jesús ha desaparecido y nos ha olvidado. Sin embargo, si perseveramos, Él siempre se hace presente para dar plenitud.

Este pasaje bíblico bien puede invitarnos a dejar a Dios ser Dios, a romper con la tendencia de querer manejarlo según nuestros caprichos o conveniencias. A veces no entendemos sus caminos ni sus formas; tal vez el ciego tampoco entendió por qué Jesús ponía barro en sus ojos. Pero el barro fue el medio de su sanación – salvación. 

Necesitamos confiar en Él, nadie como Él sabrá lo que más nos conviene. Quizás también el barro puede traernos la luz, y nuestras carencias y pobrezas ser lugar para que se “manifiesten las obras de Dios”.

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