En sus obras, Quoist gustó de presentar el cristianismo como parte de la realidad cotidiana. A través de sus libros de espiritualidad contemporánea inspiró a millones de cristianos en todo el mundo, particularmente a aquellos que, tanto antes como inmediatamente después del Concilio Vaticano II, buscaron relacionar su fe de una manera directa con la vida cotidiana.
Uno de sus libros, Oraciones para rezar por la calle, ya había alcanzado 58 ediciones en habla española en 1990. En 1981, ese solo libro había sido traducido a veinticuatro idiomas. Algunas de esas oraciones fueron incluidas entre las más famosas de la historia.
Señor, he salido a la puerta y fuera había hombres:
Iban, venían, marchaban, corrían.
Las bicis corrían, los coches corrían
los camiones corrían, la calle corría. la ciudad corría.
Corrían para no perder tiempo, corrían en persecución del tiempo
para atrapar el tiempo, para ganar tiempo.
Hasta luego, Señor, excúsame, no tengo tiempo.
Volveré a pasar, no puedo esperar, no tengo tiempo.
Termino esta carta porque no tengo tiempo.
Me hubiera gustado ayudaros pero no tenía tiempo.
Imposible aceptar, me falta tiempo.
No puedo reflexionar, no puedo leer, me veo desbordado, no tengo tiempo.
Me gustaría rezar, pero no tengo tiempo.
Tú comprendes, Señor, no tienen tiempo.
De niños tienen que jugar y no les sobra tiempo; luego... más tarde.
De chiquillos tienen que hacer sus deberes, no tienen tiempo; luego.
En el bachillerato tienen sus clases y tanto trabajo, no tienen tiempo... más tarde.
De jóvenes hacen deporte, no tienen tiempo; más tarde.
Recién casados tienen su casa, tienen que arreglarla, o tienen tiempo... más tarde.
Ya padres de familia tienen sus críos, no tienen tiempo... más tarde.
De mayores enferman y tienen que cuidarse, no tienen tiempo... más tarde.
Ya están agonizando. No tienen... ¡Demasiado tarde!
¡Ya nunca tendrán tiempo!
Así los hombres corren persiguiendo el tiempo, Señor,
pasan sobre la tierra corriendo
apresurados, atropellados
sobrecargados, enloquecidos, desbordados
y no llegan a nada jamás, les falta tiempo,
a pesar de todos su esfuerzos, les falta tiempo,
les llega incluso a faltar un horror de tiempo.
Oh, Señor, Tú has debido equivocarte en tus cálculos,
hay un error general, las horas resultan demasiado cortas
los días se hacen demasiado cortos, las vidas son demasiado cortas.
Y tú, Señor, que estás fuera del tiempo, sonríes al vernos batallar con él.
Tú sabes lo que te haces,
Tú no te equivocas cuando distribuyes el tiempo a los hombres,
Tú das a cada uno el tiempo justo para hacer lo que quieres que haga.
Pero no conviene perder tiempo, malgastar el tiempo
matar el tiempo, pues el tiempo es un regalo que Tú nos haces
pero un regalo fugitivo que no se puede meter en una lata de conservas.
Señor, sí, tengo tiempo, tengo todo el tiempo mío,
todo el que Tú me das, los años de mi vida
los días de mis años, las horas de mis días, todas enteras y mías.
A mí me toca llenarlas, tranquilamente, con calma
pero llenarlas bien enteras, hasta los bordes
para luego ofrecértelas y que de su agua desabrida
Tú hagas un vino generoso como hiciste en Cana para las bodas de los hombres.
Por eso esta noche, Señor,
no te pido el tiempo de hacer esto y aquello y lo de más allá,
te pido solamente la gracia de hacer bien a conciencia lo que
Tú quieres que haga en el tiempo que Tú me das.
Michel Quoist, en “Oraciones para rezar por la calle"
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