domingo, 22 de octubre de 2023

El culto a las imágenes y los Santos Padres de la Iglesia Oriental

Entre el siglo VIII y mediados del XI, el Imperio atravesó sucesivamente una de sus peores crisis internas, marcada por la querella religiosa en torno al culto a las imágenes, y por un periodo de recuperación que llevaría a la gran época de la dinastía macedónica.
 


El cambio de las circunstancias políticas es compatible con una gran estabilidad en las características de Bizancio como civilización, que en aquellos siglos logró también muchos de sus mejores frutos. El mundo en torno al Imperio se modificó también a lo largo de aquel tiempo aunque los ámbitos de la acción militar y diplomática de éste no.

Los emperadores de Constantinopla tuvieron que aceptar, además, la realidad del nuevo imperio occidental, y hacer frente al problema del choque, cada vez más intenso, entre las concepciones eclesiásticas de griegos y latinos, manifestadas en enfrentamientos y en la construcción de sendas áreas de influencia y misión: en la bizantina entraron gran parte de los Balcanes eslavos y búlgaros, y también la naciente Rusia de Kiev.

A comienzos del siglo V, en contra de la opinión y praxis de san Epifanio, muchos Santos Padres se refieren ya a las imágenes sin manifestar  ningún rechazo hacia ellas. 

El culto de las imágenes empieza por la cruz. Y no sólo el madero de la cruz de Jesús descubierto por santa Elena, que es venerado como una  reliquia auténtica, sino el signo de la cruz propiamente dicho, que empieza a multiplicarse: Prudencio habla de la cruz que los emperadores llevan sobre la corona (Apotheosis 448); y Teodoreto de Ciro habla de la veneración del signo, no de la reliquia de la cruz (Graec. Af. Curatio IV). 

Pero todos los testimonios de imágenes pintadas, de este tiempo, se refieren más al uso que al culto.

Los testimonios que garantizan la existencia del culto de las imágenes de Cristo, de la Virgen y de los santos son más bien escasos hasta el siglo VI. A finales de esta centuria, Leoncio, obispo de Neápolis (Chipre), defiende a los cristianos contra las acusaciones de los judíos, que los tachaban de idólatras por el culto que tributaban a las imágenes; y él fue quien trazó las primeras líneas de una teología del culto a la cruz y a las imágenes (Discurso 50).

San Gregorio Magno (+ 604) corrige a Sereno, obispo de Marsella, el cual había destruido algunas imágenes por miedo a que el pueblo cayese en la idolatría. 

Se puede afirmar que fue este papa quien explicitó definitivamente la doctrina ortodoxa relativa al culto de las imágenes cuando afirmaba: «Una cosa es adorar las imágenes, y otra distinta venir en conocimiento, por medio de ellas, de lo que se ha de adorar. 

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Lo que la Escritura es para el lector, eso mismo es la imagen para quienes no saben leer. No cabe duda de que no es desacertado elevarse por lo visible a lo invisible» (Epist. 11).

San Gregorio de Nisa ya había llamado a las imágenes la Biblia de los  pobres y de los ignorantes. San Basilio atribuía a la pintura la misma función que a la palabra: la pintura, es decir, las imágenes, hacen visible, a través de la imitación, cuanto el  discurso manifiesta a través del oído (PO 31,524).

Las imágenes son como un libro abierto que estimula al deseo de las realidades espirituales. Por eso, él prefería que las basílicas fuesen  decoradas con escenas bíblicas y alegóricas. San Nilo aconseja al emperador Olimpiodoro que, en vez de pinturas simplemente ornamentales de animales y plantas, pinte escenas del Antiguo y Nuevo Testamento que sean aptas, a la vez, para instruir a los analfabetos y para transmitirles deseos del cielo.

Pero, por encima de todos los Padres de la Iglesia oriental, fue san Juan Damasceno quien, siguiendo el pensamiento de la Iglesia occidental, mejor planteó el tema de la veneración de las imágenes: «Hubo un  tiempo en que no se hacía imagen alguna de Dios, dado que él existe sin cuerpo ni figura. Ahora, en cambio, después de haberse manifestado en la carne y de haber vivido con los   hombres, hago objeto de imagen cuanto de Dios es visible. No adoro la   materia, sino al creador de la         materia… No dejaré de honrar la  materia que sirvió de instrumento  para procurarme la salvación» Orat. I.


Según san Juan Damasceno, las imágenes perpetúan de algún modo la potencia divina, presente en los santos cuando estos vivían en la tierra: «Durante la vida, los santos estaban llenos del Espíritu Santo, y en la muerte, la gracia del Espíritu Santo perdura inseparable en sus almas, en sus cuerpos, en los sepulcros y en las santas imágenes que los representan, no, por cierto, en el plano de la esencia, sino en aquel de la gracia y de la acción» (ibid).




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